quarta-feira, 8 de setembro de 2010

BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE LOS PAÍSES DE HISPANOAMÉRICA (1810-2010)

POR OCASIÓN DEL BICENTENARIO DE LAS NACIONES DE HISPANOAMÉRICA, EL DIARIO EL PAÍS ESTÁ INICIANDO UNA SERIE DE ARTÍCULOS SOBRE LOS PAÍSES SUDAMERICANOS QUE ENCONTRÉ MUY INTERESANTES Y LOS PUSE AQUÍ EN LA ÍNTEGRA PARA VOSOTROS.

EL PAÍS aborda en una serie de artículos sobre el origen de los nombres de las naciones latinoamericanas, con motivo del Bicentenario (1810-2010) de su independencia. Historiadores del continente explican el proceso, complejo en varios casos, hasta llegar a las denominaciones actuales. Detrás de ellas se esconden historias curiosas y numerosas connotaciones políticas surgidas en el nacimiento de estos Estados.
Coordinadores: José Carlos Chiaramonte, Carlos Marichal y Aimer Granados.


LOS NOMBRES DE AMÉRICA

La importancia de llamarse República Dominicana
El territorio bautizado por Colón como La Española fue relegado al de Santo Domingo por el florecimiento económico francés
PEDRO L. SAN MIGUEL 31/08/2010
En las discursivas nacionales, nombrarse contribuye a establecer los contornos físicos, culturales y étnicos de la nación. La República Dominicana ejemplifica cómo la búsqueda de un nombre forma parte de los intentos por contener a aquellos agentes que, supuestamente, la amenazan. Dichas tribulaciones se remontan a la época colonial, cuando en la Isla Española existieron una colonia hispánica y otra francesa. Bautizada así por Colón, la Isla fue conocida en Europa como Hispaniola debido a la influencia de las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Anglería, donde su nombre aparece latinizado. Pero ese apelativo fue menos común que Santo Domingo, nombre de su capital. Con el florecimiento económico de la posesión francesa, se relegó el nombre que le confirió Colón a la Isla y se le llamó Saint Domingue / Santo Domingo, si bien Isla Española o Hispaniola no desaparecieron.
Tal situación predominó hasta la revolución de esclavos en Saint Domingue (1791) y la fundación de la República de Haití (1804). Hasta ese momento, Saint Domingue fue una colonia arquetípica debido a su economía de plantación. Pero Haití encarnó la "guerra de razas" y la derrota del colonialismo blanco por los negros. Entonces, España cedió a Francia su parte de la Isla. Posteriormente, Santo Domingo regresó a la soberanía española gracias a un movimiento criollo que inició el periodo de la "España boba" (1809-1821). En esos años surgieron los primeros ensayos independentistas. Hubo dominicanos que apoyaban la separación de España y la unificación con Haití; otros preferían unirse a la Gran Colombia. Finalmente, en diciembre de 1821 se proclamó el Estado Independiente de Haití Español, que sería parte de la Gran Colombia. Pero a principios de 1822 se inició la Dominación Haitiana (1822-1844). Entonces se acentuaron las discrepancias que sustentarían los imaginarios nacionales en la futura República Dominicana.
Previo a la Revolución, no fue un problema acuciante cómo denominar a esa parte de la Isla que, desde la perspectiva dominicana, no era Haití. Haití es un vocablo taíno, usado por los indígenas para denominar a la Isla; hacia 1598 todavía se usaba para referirse a ella. Luego de la creación de la República Dominicana y de que se exacerbaran las relaciones con Haití, ese nombre fue disputado; incluso se negó que los indígenas la llamaran así. Pero en el siglo XVIII los dominicanos también llamaban Haití a la Isla y usaban "Criollos de Hayti" como patronímico. Es decir, entonces Haití no denotaba un veredicto moral. A principios del siglo XIX era común que la Isla fuera llamada Haití, incluso luego de la fundación de la República de ese nombre.

Una comunidad política autónoma

En el primer cuarto del siglo XIX, varias tendencias abogaron por una comunidad política autónoma; cada una propuso un nombre para la entidad que quería fundar. Unos favorecían la integración con la República de Haití; otros se oponían a ella. Tal fue el caso de quienes proclamaron el Estado Independiente de Haití Español, unida a la Gran Colombia. Pero ese flamante Estado duró un soplo: poco después se inició la Dominación Haitiana. Al proclamarse la independencia en contra de Haití, el 27 de febrero de 1844, adquirió vigencia el término República Dominicana. El mismo ha prevalecido desde entonces; solo entre 1861-1865, cuando el país fue anexado a España, se le volvió a llamar Santo Domingo. En 1865, se restableció la soberanía nacional y el nombre de República Dominicana.
Pero ahí no terminaron las tribulaciones por el nombre. De hecho, se reforzó una discursiva que concebía a Haití y a la República Dominicana como entidades culturales diametralmente opuestas. Alejarse simbólicamente de Haití conllevó una reconstrucción del pasado, de manera que se desvanecieran aquellos aspectos de la historia que podían implicar alguna cercanía con ese país. Por eso se debatió el nombre de la Isla antes la Conquista. Según la opinión más aceptada hasta el siglo XIX, los taínos llamaban Haití a la Isla. Así era aceptaba por los dominicanos hasta inicios de esa centuria. Pero esto cambió entre 1821 y 1844.

Objetivo: alejarse de Haití

A partir de ese momento, alejarse de Haití -al menos simbólicamente- se convirtió en un objetivo central. Se negó, pues, que los antiguos habitantes de la Isla la llamasen Haití. Surgieron dos propuestas alternativas: que la llamasen Bohío (que significaría "tierra muy poblada"), o Quisqueya (alegadamente, "madre de todas las tierras"). Entre estos apelativos, el segundo terminó ganando el favor de los dominicanos. Pese a ello, el término Quisqueya carece de un sólido sustento histórico que permita aceptarlo como el nombre que le daban sus habitantes originales a la Isla Española. Según el intelectual dominicano César Nicolás Penson (1855-1901), este fue un nombre espurio que se originó en la deformación de Guisay, Quinsay o Quisay, fabulosas ciudades del Oriente que buscaba Colón en sus viajes. Dice Penson: "[...] de donde corrompiendo el vocablo, alguien dijo 'Quisquela', según la prosodia antigua [...] De ahí tomaron el nombre los historiadores de Indias, que han repetido los demás sin la debida crítica". Penson concluye, penosa, mas rigurosamente: "Aunque nos duela [a los dominicanos], la isla no se llamó siempre más que Haití; pues Quisqueya jamás existió".
Todo esto ilustra la obsesión por buscar un nombre que, hasta en los más remotos tiempos, separen a la República Dominicana y a Haití. Se trata de una disputa por el origen que implica asignarle significados particulares a la geografía de la Isla, convertida en el locus de un enfrentamiento de proporciones épicas y trágicas, y, por ende, en un espacio mítico. A esta querella por el espacio se adjunta una reyerta por el pasado, concebido como los tiempos del origen. Es ésta una de las formas en que, por negación, se ha construido una identidad nacional en oposición a Haití, a un "Otro" más que cercano literalmente adyacente, pero ante el cual se han intentado trazar férreas barreras simbólicas que lo proyectan como un ente remoto y lejano.

Pedro L. San Miguel pertenece a la Universidad de Puerto Rico


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¿ESPAÑA SIN CORRIDAS DE TOROS?
Margareth de Souza Pinto - 09/8/2010


Mientras veía la tele de mi casa, me llamó la atención un documental que la cadena HBO ponía sobre toreros; específicamente sobre un pequeño practicante del arte de la tauromaquia – así se llama el arte de torear - un niño de 12 años, mexicano y que ya lidiaba con toros de más de 300kg. ¡Con qué entusiasmo y naturalidad Michelito – así se llama el niño – intentaba matar el toro! No sé si esto ha sido una coincidencia, pero la verdad es que a fines de julio del corriente año hubo una votación en Cataluña, una comunidad autónoma de España, que aprobó la prohibición de las corridas de toros, o sea, a partir de 1 de enero de 2012, los catalanes aficionados a las corridas ya no podrán divertirse en las arenas de las Plazas de Toros.

A principio, me quedé muy contenta con la prohibición, pues para cualquiera que no sea español o que no viva en un país donde haya corridas de toros, las corridas son tan sólo un espectáculo salvaje y sangriento. Luego, pensando un poco más, me acordé de un hecho que pasó en una de mis clases: puse para algunos grupos de estudiantes del secundario un video de una lidia, donde uno de los más famosos toreros españoles de la actualidad mataba el toro. En seguida, les pregunté a los alumnos su opinión. La gran mayoría de los grupos condenó, criticó, se enojó, hubo una chica, incluso, que se puso a llorar, lamentando la mala suerte del pobre toro, hasta que me sorprendió el comentario de un chico que me dijo: “- En realidad, tampoco me gustan las corridas de toros, pero no puedo imaginar España sin ellas”. Es verdad, ¿cómo imaginar a España sin las corridas de toros? Es lo mismo que imaginar a Brasil sin Carnaval o fútbol – imposible.
De hecho, las corridas son tan antiguas que no se sabe al cierto cuando han empezado. Hay teorías que dicen que han surgido aún en la prehistoria; otras señalan que sus raíces remontan del siglo III a. C. Sin embargo, los registros más cercanos a una faena moderna de que se tiene noticias data del año 1135, como parte de la coronación de Alfonso VII, rey de León y Castilla. En fines del siglo XI, ya eran comunes festivales con toros en el sur de la Península Ibérica, entonces dominada por los moros. Estos festivales ocurrían en anfiteatros de ciudades de Andalucía, como Sevilla, donde caballeros armados con lanzas competían entre sí para ver quién mataba los toros con más eficiencia. En ciudades donde no había lugares apropiados, la competición se daba en plazas públicas; de ahí viene el nombre “Plaza de Toros” para referirse al sitio donde se practican las corridas. En 1469, las corridas públicas ya se habían consolidado como deporte favorito de la nobleza.

Sin embargo, no es la primera vez que se prohíbe, o se intenta prohibir las corridas en España. En 1805, Carlos IV prohibió todos los festejos con toros, prohibición ésta que duró hasta 1808. En seguida, otra parada a causa de la Guerra Civil Española (1936-1939). En 2010, con la aprobación de la ley, Cataluña se convierte en la segunda comunidad autónoma a prohibir las corridas de toros, después de las Islas Canarias, que lo hicieron en 1991.
Como se ve, la afición a los toros es histórica y está entrañada en la cultura española y, con las grandes navegaciones , la práctica de la tauromaquia ha llegado a América, donde algunos países, como México, la adoptaron.
Ahora, España está repartida entre protaurinos y antitaurinos. Por supuesto, aún habrá mucha presión de los protaurinos para que las lidias no terminen, ya que no se puede olvidar de dos factores importantes: el económico que, según el diario El País, los empresarios taurinos y del sector turístico calculan una pérdida de 300 millones de euros; y el factor político - hay rumores de que tal decisión tiene carácter abolicionista, ya que Cataluña, así como Euskadi (País Vasco), quiere su independencia de España.
En mi opinión, polémicas aparte, creo que, sin duda, las instituciones en defensa de los animales de Cataluña han dado un gran paso para cohibir la violencia en el ruedo, pero, a lo mejor, se podría hacer un esfuerzo conjunto entre protaurinos y antitaurinos para encontrar un medio de preservar la tradición y la belleza del espectáculo sin herir a los pobres toros.

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