ANÁLISIS
Uruguayos y orientales: itinerario de una síntesis compleja
Los orígenes de la denominación de la República Oriental del Uruguay no son menos históricamente complejos que aquellos de muchos otros países latinoamericanos, como lo revela el ensayo de Ana Frega, de la Universidad de la República (Montevideo). La autora repasa la compleja geometría de alianzas y oposiciones que marcó el proceso de edificación del Estado en los decenios que siguieron a la independencia, con énfasis en las distintas denominaciones iniciales de los ciudadanos del Estado/República Oriental del Uruguay, y en la opción de 'Orientales' o 'uruguayos' que enfrentaron a políticos e historiadores.
ANA FREGA 20/08/2010
Uruguayos y orientales: itinerario de una síntesis compleja
Los orígenes de la denominación de la República Oriental del Uruguay no son menos históricamente complejos que aquellos de muchos otros países latinoamericanos, como lo revela el ensayo de Ana Frega, de la Universidad de la República (Montevideo). La autora repasa la compleja geometría de alianzas y oposiciones que marcó el proceso de edificación del Estado en los decenios que siguieron a la independencia, con énfasis en las distintas denominaciones iniciales de los ciudadanos del Estado/República Oriental del Uruguay, y en la opción de 'Orientales' o 'uruguayos' que enfrentaron a políticos e historiadores.
ANA FREGA 20/08/2010
En 1830, tras dos décadas de guerra contra España, Portugal, las Provincias Unidas del Río de la Plata y el Imperio de Brasil, el Estado Oriental del Uruguay inició su etapa constitucional. Los territorios al este del río Uruguay y al norte del Río de la Plata eran una frontera de tránsito y de tráfico, un ámbito transcultural, cuyas denominaciones contemplaban un espacio geográfico dispar y no siempre coincidente. Algunas aludían al nombre con que se conocía algún grupo étnico, "Banda de los Charrúas", por ejemplo. Otras, como "Banda Norte", "Banda Oriental" o, simplemente, la "otra Banda", tenían como punto de referencia el Río de la Plata y provenían del centro político de Buenos Aires. Otras denominaciones como "Provincia del Uruguay" o "Doctrinas del Uruguay" aparecían en la cartografía de la época y en informes, cartas y memorias de la Compañía de Jesús. Los jesuitas, en permanente tensión con las avanzadas lusitanas, fundaron a lo largo del siglo XVII pueblos misioneros en ambas riberas del alto Uruguay. Zona de conflicto entre las coronas ibéricas, la cartografía y la literatura portuguesas también registraron ese nombre. Ejemplo de ello es el poema de José Basilio da Gama publicado en Lisboa en 1769 bajo el título O Uraguai, sobre la expedición militar hispano-portuguesa que reprimió la resistencia guaraní a abandonar las Misiones Orientales, en el margen izquierdo del río Uruguay.
Revolución del Río de la Plata
Mencionado como "Uruay" después de la expedición de Sebastián Gaboto, a fines del siglo XVII se fue generalizando la denominación Uruguay para el río. Los estudiosos no se han puesto de acuerdo acerca de la traducción de esa voz de origen guaraní. Entre otros significados se mencionan "río del país donde habita el pájaro urú" (Félix de Azara), "río de los caracoles" (Fray Antonio Ruiz de Montoya), "río de los pájaros pintados", "cola del agua" o "cola del pájaro urú".
Fue durante la Revolución del Río de la Plata que esa banda oriental se transformó en provincia. José Artigas encabezó un movimiento en favor de la "soberanía particular de los pueblos" del antiguo Virreinato del Río de la Plata. Un Congreso celebrado en abril de 1813 resolvió la constitución de "una provincia compuesta de pueblos libres" cuyo nombre sería "Provincia Oriental", comprendiendo el territorio "que ocupan estos Pueblos desde la Costa oriental del Uruguay hasta la fortaleza de Santa Tereza". En la lucha revolucionaria, la invocación al Oriente adquirió fuerza simbólica. De ser nombrado "Jefe de los Orientales", referencia militar y geográfica de las tropas que comandaba, Artigas pasó a encabezar un movimiento que impulsaba ideas federales y de igualitarismo social en la región platense, extendiendo su influencia a Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe, Córdoba y Misiones, en la actual República Argentina. Orientales fue la denominación de una corriente enfrentada al Directorio de las Provincias Unidas, con sede en Buenos Aires. Esas connotaciones políticas de lo que originalmente podía ser un gentilicio fueron afirmadas por sus opositores, quienes asociaron el "tiempo de los orientales" al "desorden" y la "anarquía". Tras la derrota de José Artigas en 1820, los nuevos grupos dirigentes procuraron borrar la memoria viva de la etapa anterior, ensayando nuevos nombres para la provincia. Así, el Congreso reunido en Montevideo en 1821 resolvió la incorporación a Portugal como "Estado Cisplatino (alias Oriental)", o bien en 1828, la Convención Preliminar de Paz que terminó la guerra entre las Provincias Unidas y el Imperio de Brasil declaró la independencia de la "Provincia de Montevideo (llamada hoy Cisplatina)". A pesar de los intentos por eliminar toda referencia a los orientales, en la Asamblea Constituyente en 1829 se alzaron severas voces de rechazo a integrar la "Nación Montevideana". Finalmente se aceptó el nombre de "Estado Oriental del Uruguay", el que se mantuvo hasta la reforma constitucional de 1918, que impuso el actual de "República Oriental del Uruguay".
Diversidad étnica y cultural
En el proceso de conformación de la identidad nacional iniciado a fines del siglo XIX, la discusión se trasladó a la denominación de sus ciudadanos. Orientales fue la palabra escogida por aquellos que privilegiaban el papel de la tradición y el pasado histórico, identificándose con el criollismo y el nativismo. Sus impulsores reaccionaban ante el crecimiento urbano, el avance centralizador del estado, la afluencia masiva de extranjeros y los efectos de la llamada "cuestión social", expresada en la movilización de los sectores populares urbanos y rurales. En contraposición, el reformismo encabezado por José Batlle y Ordóñez -Presidente de la República en 1903-1907 y 1911-1915 , impulsó un modelo de desarrollo urbano-industrial sustentado en un nacionalismo cosmopolita capaz de integrar a los inmigrantes, apelando a una identidad sustentada en principios de validez "universal" bajo la denominación de uruguayos. A pesar de que en un principio parecieron ser excluyentes, ambos patrones de integración a la ciudadanía en el estado republicano pudieron conciliarse en el Centenario.
En los últimos años se ha reabierto el debate sobre la identidad nacional, abordando el papel del país en la región -la "Patria Grande", el latinoamericanismo-, así como el reconocimiento de la diversidad étnica y cultural que había estado en la formación misma del Uruguay. Últimamente las discusiones se han centrado más en los contenidos que en las denominaciones, abriéndose paso la idea de que la expresión "uruguayos" debe contemplar la heterogeneidad de orígenes y contenidos culturales de quienes se perciben como tales dentro y fuera de fronteras.
En los últimos años se ha reabierto el debate sobre la identidad nacional, abordando el papel del país en la región -la "Patria Grande", el latinoamericanismo-, así como el reconocimiento de la diversidad étnica y cultural que había estado en la formación misma del Uruguay. Últimamente las discusiones se han centrado más en los contenidos que en las denominaciones, abriéndose paso la idea de que la expresión "uruguayos" debe contemplar la heterogeneidad de orígenes y contenidos culturales de quienes se perciben como tales dentro y fuera de fronteras.
ANÁLISIS
Puerto Rico: artificios nominales de la nación sin Estado
Laura Náter y Mabel Rodríguez Centeno, profesoras de la Universidad de Puerto Rico Río Piedras, nos relatan la historia y vitalidad de los nombres de Boriquén y Puerto Rico, y subrayan que, pese a la conquista norteamericana en 1898, la isla siempre ha retenido la vitalidad de una nación sin estado y el fuerte apego a la lengua materna y a muchos aspectos de la cultura española
LAURA NÁTER / MABEL RODRÍGUEZ CENTENO 19/08/2010
Puerto Rico: artificios nominales de la nación sin Estado
Laura Náter y Mabel Rodríguez Centeno, profesoras de la Universidad de Puerto Rico Río Piedras, nos relatan la historia y vitalidad de los nombres de Boriquén y Puerto Rico, y subrayan que, pese a la conquista norteamericana en 1898, la isla siempre ha retenido la vitalidad de una nación sin estado y el fuerte apego a la lengua materna y a muchos aspectos de la cultura española
LAURA NÁTER / MABEL RODRÍGUEZ CENTENO 19/08/2010
"El día 19 de noviembre de 1493 recibió nuestra isla el bautismo de la civilización europea cambiando su nombre indígena de Boriquén por el cristiano San Juan; y andando los tiempos la capital, a la que el rey católico impuso el nombre de Ciudad de Puertorrico, se ha quedado con el nombre de la isla y se llama San Juan, y la isla ha tomado el nombre de la antigua ciudad y se llama Puerto Rico".
El historiador Cayetano Coll y Toste se refiere en esta cita al "bautismo civilizatorio" de Boriquén, al ritual iniciático cristiano que anuncia el proceso de occidentalización de Puerto Rico. La sustitución del bárbaro Boriquén (o tierras del valiente señor) por un cristiano San Juan Bautista, que derivará en Puerto Rico, se narra con teatralidad y naturalidad. Lo cierto es que el subtexto sugiere los artificios nominales de una eventual nación cultural que hasta el día de hoy carece de Estado. Los artificios nominales sugieren los hilos del relato que da vida al mito de la nación.
En noviembre de 1493, Cristóbal Colón desembarcó por la "célebre bahía de la Aguada" y, según Juan Augusto y Salvador Perea, cuando aquellos tripulantes "saltaron a tierra, fue esta la primera vez que los heraldos de la verdadera civilización pisaron nuestro suelo". Pero la colonización comenzó en 1508 al mando de Juan Ponce de León.
En 1511, el Papa Julio II ordenó la elección de un obispado y consagró la capital con el nombre de San Juan, estableciendo al Bautista como el Santo Patrono de la ciudad. Al mismo tiempo, la Corona otorgaba a la isla un escudo de armas, en el que se lee San Juan es tu nombre.
En 1519, se estableció la capital en la isleta llamada Puerto Rico. Con el paso del tiempo, las denominaciones de la ciudad y la isla se confundieron en una sola: San Juan Bautista de Puerto Rico, hasta que la capital quedó como San Juan y la totalidad del territorio se denominó como Puerto Rico.
El historiador Cayetano Coll y Toste se refiere en esta cita al "bautismo civilizatorio" de Boriquén, al ritual iniciático cristiano que anuncia el proceso de occidentalización de Puerto Rico. La sustitución del bárbaro Boriquén (o tierras del valiente señor) por un cristiano San Juan Bautista, que derivará en Puerto Rico, se narra con teatralidad y naturalidad. Lo cierto es que el subtexto sugiere los artificios nominales de una eventual nación cultural que hasta el día de hoy carece de Estado. Los artificios nominales sugieren los hilos del relato que da vida al mito de la nación.
En noviembre de 1493, Cristóbal Colón desembarcó por la "célebre bahía de la Aguada" y, según Juan Augusto y Salvador Perea, cuando aquellos tripulantes "saltaron a tierra, fue esta la primera vez que los heraldos de la verdadera civilización pisaron nuestro suelo". Pero la colonización comenzó en 1508 al mando de Juan Ponce de León.
En 1511, el Papa Julio II ordenó la elección de un obispado y consagró la capital con el nombre de San Juan, estableciendo al Bautista como el Santo Patrono de la ciudad. Al mismo tiempo, la Corona otorgaba a la isla un escudo de armas, en el que se lee San Juan es tu nombre.
En 1519, se estableció la capital en la isleta llamada Puerto Rico. Con el paso del tiempo, las denominaciones de la ciudad y la isla se confundieron en una sola: San Juan Bautista de Puerto Rico, hasta que la capital quedó como San Juan y la totalidad del territorio se denominó como Puerto Rico.
Mito fundacional
Lo nominal está asociado a los contenidos que artificiosamente se le adjudican a la nación y, muy en particular, a la construcción del mito fundacional. En el marco del relato oficial, el mito de la puertorriqueñidad tiene su origen en el momento del encuentro entre españoles y taínos, aderezado casi de inmediato con la incursión del elemento africano. Esa versión de la historia está definida como el producto de la fusión armoniosa de tres razas: la taína, la española y la africana.
Según esto, consumada la concepción, la puertorriqueñidad atraviesa por "tres siglos formativos" (del XVI al XVIII). Tras ese periodo, la puertorriqueñidad emerge triunfante y consolidada a principios del siglo XIX, simbolizada por el primer obispo puertorriqueño -Juan Alejo de Arizmendi?y el primer diputado de la Isla a las cortes españolas -Ramón Power y Giralt. Así, el siglo XIX se consagra como el gran período de florecimiento de la nación puertorriqueña.
Desde esa perspectiva, con la llegada de los españoles, surge la puertorriqueñidad y llega la civilización. Es decir, los civilizados le dieron vida y nombre a un nuevo pueblo.
En 1898, Estados Unidos asumió el mando de la isla. Sus documentos oficiales la nombraban como "Porto Rico". No pocos consideraron el cambio de nombre como una ofensa a una centenaria tradición. Aún así, hubo que esperar 32 años para que la metrópoli restituyera a la isla el Puerto Rico.
Estado Libre Asociado
Aunque denominar "Porto Rico" a Puerto Rico antecede por mucho a la llegada de los norteamericanos, la invasión adjudicó un fuerte matiz político-ideológico al "Porto Rico". En el Diccionario de Real Academia de la Lengua de 1869 la voz admitida era "portorriqueño". Según este, así se denominaba al "natural de Puerto-Rico y lo referente a la ciudad e isla de este nombre". Mas Antonio Pedreira sostenía que, en las primeras décadas del siglo XX fueron varios los preocupados por tal vocablo y decidieron rechazarlo y defender el uso del "puertorriqueño". Según él, lo de "portorriqueños" es de "pitiyanquis", de americanizados que hacen una traducción directa del inglés. Y añade "que en el ámbito hispanoparlante, en el amor a la raza, en la devoción al pasado, en la solidaridad con nuestros mayores, en la cordialidad con los pueblos hermanos..." siempre hemos sido y somos Puerto Rico.
Esa certeza se reafirmó con la creación del Estado Libre Asociado en 1952 y llega hasta nuestros días. Las indecisiones, contradicciones y sustituciones en la nomenclatura de la isla y su ciudad principal no han implicado una amenaza a las certezas sobre la existencia de una nación, aun cuando carece de soberanía política. El nombre no perturba, el nombre es conciliación. Un nombre, Puerto Rico, que puede volverse "Borinquen, nombre al pensamiento grato/como el recuerdo de un amor profundo/bello jardín de América el ornato/siendo el jardín América del mundo".
Esa certeza se reafirmó con la creación del Estado Libre Asociado en 1952 y llega hasta nuestros días. Las indecisiones, contradicciones y sustituciones en la nomenclatura de la isla y su ciudad principal no han implicado una amenaza a las certezas sobre la existencia de una nación, aun cuando carece de soberanía política. El nombre no perturba, el nombre es conciliación. Un nombre, Puerto Rico, que puede volverse "Borinquen, nombre al pensamiento grato/como el recuerdo de un amor profundo/bello jardín de América el ornato/siendo el jardín América del mundo".
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