EL PAÍS aborda en una serie de artículos sobre el origen de los nombres de las naciones latinoamericanas, con motivo del Bicentenario (1810-2010) de su independencia. Historiadores del continente explican el proceso, complejo en varios casos, hasta llegar a las denominaciones actuales. Detrás de ellas se esconden historias curiosas y numerosas connotaciones políticas surgidas en el nacimiento de estos Estados.
Coordinadores: José Carlos Chiaramonte, Carlos Marichal y Aimer Granados.
ANÁLISIS: El Bicentenario (1810-2010)
Las invenciones de los nombres de las naciones latinoamericanas
EL PAÍS inicia una serie de artículos en los que destacados historiadores analizan los orígenes de las denominaciones de los Estados de Latinoamérica
JOSÉ CARLOS CHIARAMONTE / CARLOS MARICHAL / AIMER GRANADOS 09/08/2010
Con el bicentenario (1810-2010) se recuerda y celebra la independencia de las naciones de Hispanoamérica. El complejo y, en muchos casos, desgarrador proceso de separación de la monarquía española implicó no solo guerras y revoluciones políticas, sino también un esfuerzo por renombrar cada uno de los nacientes países independientes. En la siguiente serie de artículos preparados especialmente para EL PAÍS, destacados historiadores analizan los orígenes coloniales o republicanos de los nombres de las naciones latinoamericanas, tarea que ha sido materia de algunos trabajos aislados, pero rara vez analizado en colectivo y de manera contrastada.
La adopción de un nombre para cada uno de los Estados nacionales desprendidos de la corona española y portuguesa dependió de la forma de gobierno que adoptara cada uno de ellos, de la plena delimitación de sus fronteras y de las formas de identidad política. En relación con la forma de gobierno se puede afirmar que las disputas entre federalistas y centralistas, o monárquicos contra republicanos, no resolvieron de la misma forma la arquitectura de los Estados, aún cuando se produjo una tendencia hacia la consolidación de Estados centralizados.
En algunos casos, los límites territoriales de las nuevas naciones, al menos en la primera década de la postindependencia, no estuvieron claros. Un ejemplo de esta situación lo proporciona la historia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de las cuales prontamente se segregaron las repúblicas independientes de Argentina, Paraguay y Uruguay; o el caso del surgimiento en 1823 de la breve República Federal de Centro América que luego dio paso a la formación de los Estados nacionales de Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. Enteramente diversos fueron los procesos de independencia de otros países de esta vasta región, como se podrá observar en la lectura de los respectivos trabajos incluidos en este volumen. También- ¡y cómo no!- se ofrece en esta serie un estudio de la singular historia del nombre de Haití, la primera nación que obtuvo su independencia en Latinoamérica; y otro sobre Brasil, país que no tuvo que experimentar guerras sangrientas para alcanzar su independencia y encontró un camino singular para separarse de Portugal.
Del Río de la Plata a la Argentina
A partir de 1810, en algunos casos los nuevos Estados independientes de Hispanoamérica adoptaron nombres inventados: Argentina, Bolivia y Colombia lo ejemplifican. En otros, como Perú y Chile, Siguieron vigentes nombres de larga trayectoria colonial. En todos ellos, el proceso de nombrar naciones fue complejo. En el siguiente artículo, el destacado y prolífico historiador de la Universidad de Buenos Aires José Carlos Chiaramonte explica la sorprendente historia de los diversos nombres oficiales de Argentina durante la primera mitad del siglo XIX
JOSÉ CARLOS CHIARAMONTE 09/08/2010
"Las denominaciones adoptadas sucesivamente desde 1810 hasta el presente, a saber: Provincias Unidas del Río de la Plata, República Argentina y Confederación Argentina, serán en adelante nombres oficiales indistintamente para la designación del Gobierno y territorio de las provincias, empleándose las palabras Nación Argentina en la formación y sanción de las leyes". Este artículo aún vigente de la actual Constitución de la República Argentina refleja la accidentada vida política del Río de la Plata durante la primera mitad del siglo XIX.
Hacia 1810, y durante mucho tiempo después, el término "argentino" designaba solo a los habitantes de Buenos Aires, si bien ya cerca de 1830 comenzó a usarse para denominar a la mayoría de las entidades que hasta entonces respondían a la inicial denominación de "Provincias Unidas del Río de la Plata". Esta realidad fue olvidada por la historiografía latinoamericana, pese a los innumerables testimonios de los documentos de época, como consecuencia de la "invención" de lo que hemos llamado "el mito de los orígenes", un mito conformado en los moldes del historicismo romántico y de su generalizado uso del concepto de nacionalidad.
Durante las dos primeras décadas de vida independiente, la denominación predominante del país, real o imaginario, había sido la de "Provincias Unidas del Río de la Plata". Ella se componía de dos núcleos: el de "Provincias Unidas" y el de "Río de la Plata". El primero fue más constante, mientras que el segundo desaparece en la fracasada Constitución de 1819, la que adoptaba el nombre de "Provincias Unidas en Sud América" que reflejaba la incertidumbre sobre los límites de la nueva nación. "Provincias Unidas" poseía una innegable reminiscencia de la independencia de los Países Bajos y reflejaba también una similar calidad soberana de las ciudades, luego "provincias", rioplatenses. Consiguientemente, traducía la calidad confederal del vínculo que unía a las ciudades soberanas y a los Estados soberanos que con el nombre de provincias las sucedieron alrededor de 1820.
El fracaso de la Constitución de 1826
Solo a partir de que en Buenos Aires, después del fracaso de la Constitución de 1826, se tomó conciencia de la imposibilidad de imponer su hegemonía en el territorio del ex Virreinato -tendencia que se había expresado fundamentalmente mediante soluciones centralistas-, y ante el riesgo de ser avasallada por las demás provincias-estados, aquella denominación sería relegada a un segundo plano. Ella fue reemplazada por otra que reflejaba el hecho de que Buenos Aires, de haber sido la principal sostenedora de un Estado unitario, pasaba a convertirse en la campeona de la unión confederal. Tras el Pacto Federal de 1831, el Gobierno de Buenos Aires impuso en su territorio, y difundió en el resto del Río de la Plata, la expresión "Confederación Argentina", que subrayaba el tipo de relación ahora preferido en Buenos Aires como salvaguarda de su autonomía soberana. Tradicionalmente, se ha considerado ese nombre como una expresión del "federalismo" argentino, errada interpretación tras la que se confunde la naturaleza del Estado federal, surgido en Argentina en 1853, con la de las confederaciones que, por definición, consisten en una unión de Estados soberanos e independientes. Pero la adopción de "Confederación Argentina" en la Constitución de 1853 reavivó fuertemente el debate sobre el nombre del país. De hecho, constituía una patente incongruencia en un texto constitucional que implicaba la definitiva desaparición del sistema confederal y su reemplazo por un Estado federal.
A partir de 1853, la indefinida cuestión del nombre del nuevo país había sufrido una modificación sustancial que la convertía en reflejo del irresuelto problema de la forma de Gobierno. Es decir, de constituir una discordia derivada de la asociación del nombre "Argentina" a una de las partes, Buenos Aires, o, casi contemporáneamente, de una querella en torno a la conveniencia o no de abandonar una expresión, "Provincias Unidas del Río de la Plata", que tenía el mérito de haber sido la primera, se pasaba ahora a vincularla a la disputa en torno a la organización política, si federal o confederal. En otras palabras, el antiguo litigio sobre cuál debía ser el nombre del nuevo país adquiría una dimensión que trascendía el nivel emotivo para convertirse en una expresión de la controversia sobre la forma de organización política argentina.
En 1853, las fuerzas que derrotaron al ex gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas impusieron la denominación "Confederación Argentina". Pero los enemigos de ese nombre lo rechazaban por su contaminación con el régimen anterior. Ellos predominaban en Buenos Aires, y en 1860, al ser obligada Buenos Aires a ingresar al nuevo país, del que había estado separada desde 1852, proponían para las proyectadas reformas de la constituyente de ese año el antiguo nombre de "Provincias Unidas del Río de la Plata". Algunos, como Sarmiento, lo rechazaban también por incluir la palabra "Confederación", incongruente con la naturaleza del nuevo Estado federal.
Sin embargo, finalmente, ante la conveniencia de no exacerbar las rivalidades políticas subsistentes, se llegó al conciliador y sorprendente acuerdo de ese artículo, que todavía rige, aunque en la práctica se impuso paulatinamente la expresión "República Argentina".
ANÁLISIS
Brasil y sus nombres
En este breve ensayo, el historiador brasileño José Murilo de Carvalho, de la Universidad Federal de Río de Janeiro y miembro de la Academia Brasileña de las Letras, nos relata la sorprendente historia de los nombres de Brasil desde el inicio del siglo XVI hasta nuestro días a partir de una gran paradoja literaria. Murilo analiza la relación entre mito y país, utopía y realidad, progreso y devastación, esperanza y frustración. Hace hincapié en la persistencia de estos contrapuntos fundamentales desde principios del siglo XVI hasta nuestros días. Preguntarse sobre la identidad, de acuerdo con Carvalho, implica mirarse en el espejo sin titubear y con total sinceridad pues, en caso contrario, no se pueden entender las contradicciones tanto de la formación de una nación como de la vida misma
JOSE MURILO DE CARVALHO 11/08/2010
Shakespeare hizo que Julieta afirmara que la rosa mantendría su perfume, cualquiera que fuera su nombre. Pero ¿ocurriría lo mismo con el nombre de un país?
La tierra encontrada por Cabral en 1500 era llamada "Pindorama" o "Tierra de Palmeras" por los habitantes nativos. Al llegar a las desconocidas y nuevas playas, el navegador las bautizó "Terra de Vera Cruz", aunque a los pocos días cambió el nombre por "Isla de Vera Cruz". Ello se debió al hecho de que el explorador era caballero de la Orden de Cristo, y por ello siempre llevaba una cruz sobre su pecho.
Al ser informado del descubrimiento, el rey de Portugal, Don Manuel, comunicó el gran acontecimiento a Fernando e Isabel, monarcas de la vecina España, proclamando la nueva tierra, "Terra de Santa Cruz". En 1503, en una famosa carta a Lorenzo de Médici, Américo Vespucio la bautizó "Mundus Novus". En la misma época, se difundió la noticia de la gran cantidad de loros en el Nuevo Mundo, y por ello surgió el nombre popular de "Tierra de Papagayos". Pero más importante que los pájaros tropicales era un árbol alto, grueso y espinudo, con tronco rojo y flores amarillos, que los indígenas llamaban "ibirá pitanga", árbol colorado. Los portugueses luego la identificaron con la madera brazil, oriunda de Asia y conocida desde el siglo XII como fuente de colorante de paños. Existían registros de este nombre en Italia desde el siglo XI y en España desde el siglo XII. Marco Polo habló del "brésil", y Vasco da Gama de "muy buen brasyll, que hace un excelente y fino bermejo". Ya desde 1511, en los mapas el nuevo nombre de "Brasil" se convirtió en el habitual, pero numerosas protestas se formularon en contra de dicha expresión. El cambio en la denominación de la Isla de Vera Cruz era obra del diablo, sostuvo Fray Vicente do Salvador, ya que se trocaba el "divino árbol" por un árbol comercial.
Controversias
Pero, además, se produjeron muchas más controversias. La primera era grafológica. ¿Como escribir este nombre? Hubo, desde el siglo XI, al menos 23 formas distintas de escribir la palabra e inclusive hasta el siglo XX, se seguía discutiendo si debía ser "Brazil" o "Brasil". La mayor disputa fue histórica. ¿Cuál sería el origen del nombre del país? La versión tradicional pasó a ser fuertemente cuestionada a partir del primer cuatro del siglo XX, cuando el historiador Capistrano de Abreu adelantó otra hipótesis sobre el origen del nombre. En su opinión, "Brazil" era originalmente una isla mítica y paradisíaca localizada a la altura de la costa irlandesa: desde 1375 en los mapas de los frailes irlandeses -muy viajeros- la Isla Brazil figuraba siempre ya que se suponía que el mítico rey, Brasal, había fijado su residencia en la isla desde tiempos inmemoriales. El historiador Gustavo Barroso defendió la nueva interpretación en un libro publicado en 1941. Como fray Vicente, él detestaba la idea de la madera. En segundo lugar, era más digno derivar el nombre del país de una Tierra legendaria que de un vil producto tropical comercializado por cristianos nuevos.
El gentilicio "brasileiro" también incomodaba a muchos. Era el término originalmente aplicado para describir a un comerciante del palo brasil, un oficio nada superior al de un herrero o un minero. De hecho, recordemos que hasta fines del siglo XVII era ofensivo llamar a un hombre blanco "brasileiro". Los indígenas nativos eran conocidos como "brasis", mientras que los blancos se consideraban portugueses. Un portugués nacido en Brasil era denominado "português do Brasil" o "luso-americano". Pero ya en la época de la independencia se difundieron también los gentilicios "brasiliense", "brasílico" y "brasiliano".
Aunque no tiene verdadero sustento histórico, la hipótesis de la isla medieval de Brasil como fuente originaria embonaba perfectamente con dos facetas fundamentales del imaginario nacional que tenían sus orígenes en los textos antiguos de Cabral y Vespucio, pero también en los escritos de la independencia y del romanticismo, e inclusive llegan hasta nuestros días: nos referimos a la supuesta naturaleza paradisíaca de la tierra brasileña, un país grande, rico y bello. La grandeza natural justificaba otro rasgo de nuestro imaginario, la utopía del gran imperio, materializada en el nombre de la nueva nación, cuando logró su independencia en 1824. Brasil sería siempre el país del futuro, como rezaba el título del famoso libro de Stefan Zweig, de 1941.
Brasil, tierra de exploración comercial o Isla Encantada. Julieta no tenía razón.
ANÁLISIS
Bolivia nació mujer
El nacimiento de la República de Bolivia, la más joven de las vírgenes de América e hija predilecta de Bolívar, expresó dos formas de denominar a la nueva nación, representada en el cuerpo femenino criollo y en el sentimiento de renacimiento político. La historiadora Esther Aillón Soria, de la Universidad de La Paz, explica cómo la república más alta del mundo alcanzó su independencia y reflexiona sobre la alegoría política de su nombre.
ESTHER AILLÓN SORIA 10/08/2010
Dentro del ciclo de las revoluciones atlánticas, Bolivia nació a la vida republicana el 6 de agosto de 1825. Atrás quedaba el cuerpo político y la denominación colonial de "Audiencia de Charcas", que tomó el nombre de la prehispánica "Confederación indígena Qara-Qara Charka". Se bautizó a la nueva soberanía con un neologismo que sintetizaba la experiencia colectiva de la independencia iniciada en 1809, sellando la decisión de iniciar su construcción nacional separada del Río de la Plata y del Perú.
Después de la famosísima batalla de Ayacucho (diciembre de 1824), capituló el último virrey español del Perú, lo cual marcó el final de las múltiples y prolongadas guerras de independencia en Hispanoamérica. Entonces, el mariscal Antonio José de Sucre, brazo derecho del Libertador Bolívar, aceptó la persuasiva invitación de los llamados "doctores de Charcas" para cruzar el río Desaguadero y adoptar medidas sobre el estado político de las provincias del Alto Perú. Unos días después, Sucre promulgó el famoso decreto de 9 de febrero de 1825, que convocaba a una Asamblea Deliberante del Alto Perú para que definiera su destino. Instalada en la ciudad de Sucre, en la sesión del 6 de agosto de 1825, ese cónclave votó o adherirse a las Provincias Unidas del Río de La Plata (0 votos); al Bajo Perú (2 votos) o declararse independiente, opción que ganó por abrumadora mayoría. La decisión fue independizarse de cualquier poder extranjero y americano.
La nueva denominación: de República Bolívar a República de Bolivia
En los debates de la Asamblea Deliberante, la denominación que se utilizó fue Alto Perú. Pero el 11 de agosto de 1825 se aprobó la Ley de Premios y Honores a los Libertadores cuyo primer artículo señalaba: "La denominación del nuevo Estado es y será para lo sucesivo República de Bolívar". La Asamblea confirió a Bolívar el título de Libertador, padre de la patria y presidente vitalicio, y le obsequió con una medalla de oro (a él y a Sucre) grabada con el Cerro de Potosí, que al reverso llevaba la inscripción: "La República agradecida al héroe cuyo nombre lleva". El nombre de Bolívar fue adoptado como una estrategia de reconocimiento de los diputados ante la desconfianza del Libertador de disgregar la América liberada en pequeñas parcelas soberanas. A pesar de su inicial rechazo, se sintió halagado y persuadido por la decisión de bautizar al nuevo Estado con su nombre, y aceptó su independencia.
El cambio de nombre a República de Bolivia se produjo meses después sin una resolución expresa de la Asamblea Deliberante. Reza el dicho que el diputado por Potosí, Asín, estampó el nombre Bolivia en una misiva al Libertador. Sería suya la expresión: "De Rómulo, Roma; de Bolívar, Bolivia". El inédito nombre supuso un cambio importante para sus habitantes, aunque quedaba un largo trecho para que el gentilicio boliviano fuera adoptado. Aún hoy, la inclusión política es un desafío pendiente.
La feminización del nombre de Bolivia
El Cóndor de Bolivia, primer periódico oficial, fundado en 1825, fue el que empezó a publicitar el neologismo Bolivia, introduciéndolo en el lenguaje común. La prensa internacional, como la Gaceta de Colombia, también saludó a la nueva República y a otras naciones americanas, asociando su nacimiento al de vírgenes en el continente: "... en este [siglo] admiramos con entusiasmo el aumento de la familia de las naciones. Hija de la victoria, de la libertad y de la gratitud, la República Bolívar ha nacido el 6 de agosto de 1825, aniversario de Junín y víspera de la famosa Boyacá..., prosperidad sin límites a la República Bolívar, la más joven de las vírgenes de América". Bolívar declaró a Bolivia su hija predilecta en el discurso al Congreso Constituyente de 1826.
Con el tiempo, el nombre de Bolivia se divulgó en el concierto internacional en clave femenina. En 1883, el historiador Luis Subieta Sagárnaga observó que "este nombre agradó tanto a los colombianos y venezolanos que muchos de ellos hicieron bautizar a sus hijas con él, y no fue poca la sorpresa de la Embajada boliviana presidida por el Dr. Modesto Omiste cuando, en las fiestas del Centenario del Libertador, en Caracas, le fueron presentadas las señoritas Bolivia Quiñones, Bolivia Samper, Bolivia Torres Caicedo y otras muchas damitas más".
El nombre de Bolivia como una alegoría política
Los nombres de Bolívar y Bolivia representan una alegoría temporal del renacimiento político en América. El nombre de Bolivia perpetúa el del Libertador pero con una variante, con un sello propio. La conversión del nombre de República de Bolívar en Bolivia supone el desplazamiento de la masculina figura napoleónica del Libertador Bolívar a la femenina y virginal Bolivia. Se convierte a Bolivia en un nombre femenino y se le asocia la virtud republicana compartida por otras jóvenes naciones del continente.
Es una alegoría de la fundación nacional, aunque no expresaba aún la integración de las mujeres en la construcción nacional. Por ejemplo, la guerrillera Juana Azurduy de Padilla, una figura continental de la independencia, tras varios años de lucha guerrillera y exilio, no fue parte de la Asamblea Deliberante, como tampoco lo fueron sus compañeras, las amazonas del Batallón Leales. En Bolivia, la lucha por la independencia tuvo una gran participación popular con una contribución descollante de las mujeres. Pero en el momento de la fundación de la República criolla, las mujeres y los indígenas estaban casi totalmente excluidos del ejercicio ciudadano.
Hoy, Bolivia experimenta un nuevo horizonte de construcción nacional. Hay cambios importantes en la configuración estatal y en la integración de mujeres e indígenas. La Constitución aprobada en 2008 mantiene el femenino nombre para el nuevo Estado Plurinacional de Bolivia. El tiempo dirá cuán profundo es este "renacimiento" político, pero sin duda se viven tiempos de grandes y profundas reformas de la sociedad y del país.
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