"Admitir jazz sin cursiva significa que la jota tiene una nueva pronunciación", explica Salvador Gutiérrez Ordóñez, que sostiene que la forma yas está documentada. No obstante, sin tono apocalíptico, añade: "No digo que eso no ocurra. De hecho, vamos camino de ello porque estamos rodeados del inglés, el italiano, el catalán, el vasco. Ahí están palabras como jazz mismo, pero también Giovanni, Joan y Jon. Es tal la avalancha que es muy posible que eso ocurra aunque la RAE siga luchando por la adaptación".
Como recuerda él mismo, ese doble sonido ya se da con la w, que tiene una pronunciación como be -wolframio, Wagner- y otra como u, sobre todo para las palabras de origen inglés -de web a waterpolo pasando por sándwich, que, por cierto, hasta 1927 no se impuso oficialmente al suculento emparedado. La última fórmula, además, es una alternativa relativamente reciente a adaptaciones exitosas como las que dieron lugar a váter y vagón.
La w fue, también, la protagonista de uno de los casos más extravagantes de tensión entre norma y uso. La palabra whisky no entró en el diccionario académico hasta 1984, aunque entonces, como hoy mismo, remitiera a güisqui. Y todo a pesar de que en 1963 empezó a comercializarse en España el popular DYC segoviano, que, bien es cierto, multiplicó su producción en los años ochenta.
Whisky es un extranjerismo (tomado del inglés) procedente de otro (tomado del gaélico uisce beatha, agua de vida) que se resiste en las estanterías de los bares a los consejos de la Academia. Consejos que, en el caso de güisqui, Gutiérrez Ordóñez considera fruto de un exceso de celo porque "la w y la k pertenecen a nuestro alfabeto". Efectivamente, la w fue la última letra en incorporarse al abecedario del español. Lo hizo oficialmente en la Ortografía de 1969, aunque ya en la Edad Media se empleaba para escribir nombres propios de origen germánico como el del rey godo Wamba, también transcrito como Bamba.
De ahí que la recentísima edición de la Ortografía proponga la forma wiski. "Hubiera sido lo más fácil desde el principio", afirma el ponente de la obra. "Hay que optar por una escritura española que sea lo más cercana a la palabra de origen. Si no, los hablantes no aceptan la adaptación". ¿Tiene wiski alguna posibilidad de asentarse? "No todo está perdido: en el propio inglés se dice whisky y whiskey. Si no se populariza wiski, se seguirá escribiendo en cursiva".
Hay dos fenómenos que juegan en contra de la popularización de las recomendaciones académicas, que, pendientes de la bendición por el uso, tratan de conciliar la etimología con el precepto de escribir como se habla. Esos dos fenómenos son la alfabetización universal y la globalización. Las lenguas están ahora menos solas que nunca. Es posible que la forma yas esté documentada; más raro sería que el documento fuese un disco de jazz o el cartel de un festival. Además, la globalización lingüística -potenciada por los medios de comunicación- tiene un matiz psicológico que derriba fronteras.
Según José Antonio Pascual, coordinador del Diccionario histórico, "los hablantes se resisten porque, cuando apareció, el whisky era una bebida muy moderna en comparación con el coñac. Beber güisqui suena más rancio, como si fumaras Güinston. Te separas demasiado de las otras lenguas. Además, ningún fabricante quiere usar güisqui en sus etiquetas. Su licor parecería peor, una imitación. Bastaría leerlo para decir: uy, este es el español".
Ese resorte de postín es el que prefiere croissant a cruasán, pero también el que importó un término como restaurante, que ingresó en el diccionario académico en 1803 en el sentido de "el que restaura" y solo en 1925 incorporó, en su segunda acepción, el concepto de "establecimiento donde se sirven comidas". "Era una palabra que estrictamente no hacía falta", explica Pascual. "Estaban las casas de comida y los mesones, pero sonaba más fino, como ahora brasserie, un lugar que en Francia no es ni mejor ni peor que un restaurante".
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